lunes, 1 de abril de 2013

Dios se empeña demasiado en no existir

Dios se empeña demasiado en no existir

Mi alma se enreda,
en la exhalación de su recuerdo,
en el vació marcado por la muerte;
en el escalofrió que acecha por el viento
perdido en una cobarde plegaria,
en un mundo que me provoca claustrofobia,
olor a suicidio que recorre mi encierro
en un ataúd a la medida de mi soledad,
mientras la vida consume sus muertos a diario,
escribiendo destinos o dejándolos en blanco
qué más da si Dios es capaz de estar tranquilo;
y yo siento la tristeza descender
descaradamente visible por mi frente
atrayendo un enjambre de pensamientos
que se convierten en insomnio,
que algún rayo de sol interrumpe
al deslizarse por mi cuarto;
que huele a tabaco y a desorden,
partículas de sueños rotos bajo mi cama
que soportan la oscuridad cada noche
y beben la humedad con la que mis ojos
manifiestan el dolor de su ausencia.
¡qué más da si Dios es capaz de no existir!