Dios se empeña demasiado en no existir
Mi alma se enreda,
en la exhalación de su recuerdo,
en el vació marcado por la muerte;
en el escalofrió que acecha por el viento
perdido en una cobarde plegaria,
en un mundo que me provoca claustrofobia,
olor a suicidio que recorre mi encierro
en un ataúd a la medida de mi soledad,
mientras la vida consume sus muertos a diario,
escribiendo destinos o dejándolos en blanco
qué más da si Dios es capaz de estar tranquilo;
y yo siento la tristeza descender
descaradamente visible por mi frente
atrayendo un enjambre de pensamientos
que se convierten en insomnio,
que algún rayo de sol interrumpe
al deslizarse por mi cuarto;
que huele a tabaco y a desorden,
partículas de sueños rotos bajo mi cama
que soportan la oscuridad cada noche
y beben la humedad con la que mis ojos
manifiestan el dolor de su ausencia.
¡qué más da si Dios es capaz de no existir!